un diario posible: septiembre 2011

jueves, 22 de septiembre de 2011

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Hoy junté flores en el jardín de mi hermana. Conservar una flor es un acto algo cruel. Ellas viven efímeras su vida silenciosa y tímida. Ahora, a la noche, las saqué de su caja y me puse a prensarlas. Hay que poner un papel finísimo para no manchar las hojas del libro. Hay que cortar ese tallo verde que es como una flor y allí se abre su sexo. Ellas se mueven pudorosas, casi ninguna se deja atrapar abierta, entera, con todos sus pétalos juntos como un sol. Elegí para prensarlas un libro enorme, violeta, escrito con una letra minúscula, fue mi único acto de piedad, que duerman apretadas entre los versos de un poeta que pudo entender su levedad como nadie.



miércoles, 21 de septiembre de 2011

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Tomo mate en pijama, escucho a Yann Tiersen mientras el viento mueve las cortinas. Un poco cegada por el sol dejo que las cosas de la casa se vayan ordenando, me digan por dónde tengo que empezar.



miércoles, 14 de septiembre de 2011

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Despierto descansada por primera vez en mucho tiempo, despierto como en otro estado, otro momento de mi vida. Mientras escribo esto escucho a Bach. Ya sé, acá no hay castillos ni bosques ni prados verdes con molinos antiguos, pero el sol por la ventana es tan glorioso como el sonido de las trompetas.


jueves, 8 de septiembre de 2011

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Estábamos en un pantano. A la cocina del campamento venía a comer un cocodrilo que tenía nombre y era como un cachorro. Igual no daban ganas de acariciar esa piel viscosa y siempre estaban los dientes. De noche la temperatura era hermosa pero estaban los mosquitos. Dormíamos en un quincho enorme, cada uno envuelto en su hamaca, sintiendo en la cara esa textura basta, disfrutando la sensación de colgar de nuestra propia tela como un gusano de seda.




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Mi amante se fue y dejó sobre la tela de la almohada la tela sutil, invisible, de su perfume.



martes, 6 de septiembre de 2011

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En invierno cardábamos la lana. En el campo no había mucho para hacer, y a las seis ya era de noche. Sentadas cerca de la cocina económica la abuela, la mamá y las hermanas sacábamos el relleno de las almohadas y lentamente transformábamos esos rulos apretados en una bruma leve, un vellón casi transparente. Sacábamos también algún abrojito que había quedado pegado y nadie había visto el invierno anterior. Limpiábamos lentamente esa lana de todas las pesadillas del año pasado, de las noches de insomnio escuchando el balido de los corderitos recién destetados, las preparábamos para las mil ovejas que contaría cada uno antes de dormir.