Afuera está gris, me levanto y mientras preparo mate prendo el horno. Mezclo migas de pan con leche, les agrego azúcar y dos huevos, pasas de uvas, semillas y esencia de vainilla. Acaramelo una budinera, y mi casa ya empieza a tener ese calorcito que tenía siempre la casa de mi abuela, la casa de mi mamá y todas esas casas a las que después me fui acercando instintivamente. Tal vez por eso es que dicen que a los hombres se los conquista por el estómago: no se si es tanto lo rico y calentito por dentro, sino ese aire tibio y perfumado y mimante que te rodea.

1 comentarios:
¡muy bueno!(1)
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