En invierno cardábamos la lana. En el campo no había mucho para hacer, y a las seis ya era de noche. Sentadas cerca de la cocina económica la abuela, la mamá y las hermanas sacábamos el relleno de las almohadas y lentamente transformábamos esos rulos apretados en una bruma leve, un vellón casi transparente. Sacábamos también algún abrojito que había quedado pegado y nadie había visto el invierno anterior. Limpiábamos lentamente esa lana de todas las pesadillas del año pasado, de las noches de insomnio escuchando el balido de los corderitos recién destetados, las preparábamos para las mil ovejas que contaría cada uno antes de dormir.
martes, 6 de septiembre de 2011
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8 comentarios:
tenía una cocina económica de chico, no en el campo, pero en sierra. hasta hoy pensé que era el nombre que le había puesto mi familia, pero.
bellisimo...
¡Gracias Ana!
Y no, Andrés, la cocina económica se llama así, supongo que porque es multifunción y sirve también de calefactor ;)
Coincido en decir bellísimo.Tal vez por su brevedad, por su ternura.
No importa por que, sino que el resultado es un baño de suavidad.
Me encantó escucharlo ayer cuando nos lo leíste. Se siente como una cobija calentita :)
Gracias por los piropos! Marcela, leérselos me hizo dar cuenta de las mil repeticiones que tenía, que aquí están corregidas :)
A mí también me gusta mucho y balido de los corderitos me hace imaginarme cosas que para mí son extrañísimas, en las almohadas.
Ah! Vos porque no sos una chica de campo!
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