Karen
tiene 18 años, la semana que viene cumple 19 pero parece una nena:
petisita, con zapatillas y jean y una camperita negra, y abajo la
chaqueta de la cooperativa Borlengui.
Sale
de la nada, en la esquina de Gorriti y Estomba, y nos pregunta si el
Hospital Municipal está muy lejos. Está de ahí unas cinco o seis
cuadras. Nos mira, y con una voz triste y enojada: “me dijeron en
el centro que era acá nomás”. El Español está más cerca, pero
si no tenés el carné de la obra social te cobran la consulta, y
ella no tiene plata.
La miro y pienso que sola no llega, y me ofrezco a acompañarla. Me cuenta que entró a trabajar a las 10:00 y que sale a las 5:00, que le pidió al supervisor salir antes porque le duele mucho la panza y vomitó una baba blanca. Tiene miedo de estar embarazada, pero tiene un atraso de solo cuatro días, y tiene puesto un DIU, la tranquilizo.
Tiene una beba de dos años que se llama Keila. El nombre se lo puso el papá, lo encontraron en Internet. Hace dos meses se volvió con la nena a vivir con la mamá, porque el flaco le pegaba: “me pegó una vez por celos, y me dijo que no lo iba a volver a hacer, pero otro día me volvió a pegar. Me costó mucho dejarlo, yo antes dormía más, me levantaba a hacer la comida, lavar, esas cosas que hacen las mamás, pero no tenía que trabajar, porque él trabajaba en una pollería y no nos faltaba nada. Yo quiero dejar y ponerme a estudiar de nuevo, pero tengo que juntar plata para alquilarme algo chiquito, porque con mi mamá estoy bien, pero adelante vive mi abuelo que es borracho y me manosea. Al principio yo pensaba que me tocaba sin querer, pero después me di cuenta. Le dije a mi mamá y me dijo que no dijera nada, que el abuelo es borracho, que trate de no pasar por la casa, por eso yo me quiero ir.”
Casi llegamos a la Guardia: “tenés las re piernas”, me dice. “¿no te cansás de caminar con tacos?” “No, porque son cómodos”. “Yo no puedo caminar con tacos, porque tengo arañitas y hasta várices tengo, y cuando está por llover me duelen las piernas y la cicatriz de la cesárea, yo me acuerdo de cuando me cortaron, me dolía todo.”
Le da los datos a la recepcionista y nos sentamos. Ella se empieza a quedar dormida. No duerme hace dos días, porque está preocupada, y casi no come, no tiene hambre. Por fin la llaman, al ratito sale de la guardia tocándose la cola “tengo gastroenteritis, me pusieron una inyección, me re duele”. Me muestra una fotocopia corrida con la dieta que tiene que hacer, y esperamos un poco más porque la recepcionista se fue y necesita un certificado para el trabajo. Me pide el celular para entrar al facebook, pero cuando está poniendo la clave aparece de nuevo la recepcionista, le hace el certificado y nos vamos.
La
acompaño unas cuadras por Estomba, cuando llego al edificio donde
vivo nos despedimos: “¿Vivís acá? ¡Qué linda casa! Voy a pasar
para que conozcas a mi nena, si escuchás una loca que te grita desde
abajo ¡Eva!!!!!! soy yo.” “Vivo en el segundo B” le digo, y me
despido. Ella sigue hasta la plaza a tomar el colectivo, porque vive
en White.